Tal y como decíamos en el post anterior, prepararse una oposición nunca ha sido un camino sencillo en el que la coherencia y la certidumbre fuesen la marca de la casa, pero, de un tiempo a esta parte, el opositor empieza a encontrar más trabas en el camino de lo que era habitual.
A la zozobra inherente al proceso, se suma ahora la inconsistencia de las Administraciones: ayer fue un concurso-oposición, hoy un concurso de méritos, mañana, por qué no, una yincana en el Grand Prix intentando echar un salmón dentro de una cesta…
Cuando nada está garantizado y las reglas del juego se redefinen de manera arbitraria y con dudosa lógica, lo más difícil no es intentar comprenderlo, sino querer participar en el juego. Es completamente normal ser atrapado por el desánimo, pero, querido lector, dentro de toda la vorágine de sinsentidos, la única garantía que hay aquí eres tú.
¿Qué hago aquí?
Para intentar enrolarte en una tarea como es estudiar una oposición, y bueno, para mantenerte vivo en ella, no te queda más remedio que empezar por el principio; pregúntate en primer lugar “¿yo por qué estoy aquí?”. No corras con la contestación, ni caigas en las respuestas convencionales de nulo valor.
Tómate unos minutos y haz de esa pregunta una puerta hacia una reflexión real: “¿por qué estoy haciendo esto?”. Seguramente, cuando pienses detenidamente en esta pregunta rompas la barrera del simplismo y vayas más allá de “pues para ser fijo”. ¿Qué implica para ti esa condición laboral? Si lo piensas bien, hoy en día la retribución económica no varía especialmente; además, el mercado laboral es favorable al trabajador (y más que lo será por la falta de profesionales). Entonces, ¿para qué quieres una plaza fija?
Es muy probable que en este punto tu respuesta sea “para elegir turno y dónde trabajar”, lo que traduciremos en “para ser dueño de mi propio destino”. Una nada desdeñable pretensión: poder actuar en base a tus necesidades y preferencias en lugar de estar sujeto al azar del sistema de contrataciones y ubicaciones.
En esta publicación, pondremos ahí el foco: “ser dueño de tu propio destino”. ¿Qué te impide serlo actualmente? Sin duda, un puesto fijo te aproxima a esa realidad, pero tampoco te la otorga del todo: siempre te encontrarás a expensas de las posibilidades que se presenten en tu Administración, pero rara vez vas a poder elegir de manera quirúrgica cómo y dónde trabajar… digamos que vas a ser “copropietario” de tu existencia laboral.
Una mirada al futuro
Lo que pretendo decirte es que mires un poco más allá, quizás la conquista que se obtiene al opositar no sea simplemente una plaza, sino el valor añadido inmenso que hay en el camino. Y, por supuesto, ese valor no es el conocimiento adquirido, porque eso lo memorizarás, te defenderás en una prueba de test y, como si del ciclo de la vida se tratase, morirá lentamente en tu cerebro hasta que no quede prácticamente nada de ello en menos de un año. El valor del camino, entonces, puede que sea descubrir de qué eres capaz.
En un mundo subyugado por la tiranía de la inmediatez y la adicción a lo irrelevante, lograr la sintonía entre el deseo de uno, su propósito y su acción es similar a haber encontrado el Santo Grial. Quizás ver la preparación de una oposición como el tren de ida hacia la reconquista de uno mismo, sea motivación suficiente para prosperar en el proceso.
Que esta sea la excusa para analizar las ineficiencias de tu vida, los hábitos perjudiciales, las maneras de actuar que nunca has elegido, pero que siempre te han acompañado, acaba siendo propósito mucho más elevado que “sacar una plaza”.
Lo que venimos a contarte es que, cuando tú logras dotar de sentido la acción que estás acometiendo, la aceptas como tuya y te comprometes con ello, empiezas a darte cuenta de que el mundo está diseñado para robarte lo más importante que tienes: tu tiempo.
Todo está en tu mano
Una vez que desencriptas el mensaje, y descubres que tu tiempo te estaba siendo sustraído en cantidades indecentes, empiezas a darte cuenta de que está en tu mano cambiarlo. Cuando decides cambiarlo y perseveras en ello, te das cuenta de que sin “una plaza” uno puede empezar a ser dueño de su propio destino. Paradójicamente, habrá quien tenga esa condición laboral y sin embargo continúe siendo esclavo de cualquiera que venga a entretenerlo.
Si decides jugar a este juego, recuerda que, como en todos los juegos, la recompensa no está en ganar la partida, pues al final las fichas se meten en la caja y poco habrá cambiado tu existencia. El auténtico valor es entender qué podía enseñarte y cómo podías crecer moviendo los peones por el tablero.
Nos vemos pronto.