Desde 2022, el mundo de las oposiciones sanitarias ha vivido un estado anómalo de cambios poco comprensibles. El tradicional sistema de oposición, o más concretamente de concurso-oposición, quedó soslayado al desempolvar una vieja fórmula que parecía olvidada: el concurso de méritos. ¿En qué se diferencia cada uno de estos procesos?
Para explicar esto de manera simplificada diremos que en una “oposición pura” todo el proceso de selección recae en una prueba de conocimiento (un examen). En un “concurso de méritos” lo que se hace es ordenar a los aspirantes en base a un baremo de experiencia laboral, formación, etc., pero no hay prueba de conocimiento. En una “oposición-concurso” lo que sucede es que se hibridan los dos modelos: primero te enfrentas a un examen, que puede ser o no eliminatorio, y luego añades a esa nota tu expediente profesional en base a unos criterios publicados en la convocatoria.
De manera sencilla, diremos que, hasta 2022, las administraciones solían coincidir en que, ante la inexistencia de un sistema totalmente justo, hacer pasar a los aspirantes por una prueba de conocimiento y, a la vez, entender su trayectoria profesional, era la manera más adecuada de otorgar los puestos fijos de trabajo.
Un sistema… ¿justo?
¿Realmente era justo? No, seguía siendo un sistema con muchas lagunas, pero era la mecánica establecida desde hacía muchos, muchos años. Entonces, ¿por qué pasar al concurso de méritos? Realmente, por el desmadre de interinidades que llevaban arrastrando durante décadas. Cada Comunidad Autónoma conocía cuánto tiempo había mantenido esa anomalía y, ante la presión de Europa por la estabilidad laboral, decidieron que la mejor manera con la que asegurarse de “limpiar” el problema era “dar las plazas” por antigüedad.
¿En qué ha derivado la situación? En algo realmente anómalo. Hemos pasado de un sistema poco eficiente y parcialmente injusto, a uno aún más cuestionable. Y, para mayor sonrojo de quien lo analiza, probablemente a muy corto plazo volvamos a ver la oposición-concurso como método predilecto de selección.
Y si la oposición-concurso era un poco mejor, ¿a qué viene la queja? A algo sencillo: a la falta de coherencia, planificación y estabilidad de las Administraciones. Es realmente complicado explicar a unos aspirantes a un puesto que, hasta ayer había que estudiar, que hoy solo hay que echar la instancia y esperar a que el tiempo haya hecho su trabajo, pero que, a partir de mañana, volveremos a estudiar…
Es inevitable notar el sabor amargo de la improvisación, del insano vicio de andar sin planificación apagando fuegos según surgen. Es imposible explicarle a un aspirante por qué lo que ayer era imprescindible, hoy no lo es, pero mañana volverá a serlo. Es desquiciante haber sido un opositor que se prepara anteriormente y, aun con buena nota de examen, no obtener plaza. En el siguiente proceso, como tampoco es el más veterano, no obtiene su puesto de trabajo porque otros lo aventajan y, cuando quizás fuese “su turno”, se vuelven a cambiar las reglas del juego. ¿Cómo convencer a los participantes de estos procesos de que no se les está tomando el pelo?
Y ahora, querido opositor, asumiendo que seguramente estés de acuerdo con esta reflexión, toca lo inevitable de tu pensamiento: “vale, es injusto, ¿qué me sugieres que haga?”. Pues te sugiero algo sencillo, espera a nuestra siguiente publicación porque este tema tiene mucho fondo como para abordarlo en un solo post.
Recuerda, una oposición (en cualquiera de sus formas) suele ser un proceso arbitrario, con cierto grado de injusticia y siempre mejorable. Eso lo hemos comentado muchas veces, pero, del mismo modo, debes tener claro por qué estás aquí y qué pretendes obtener al presentarte a un proceso de este estilo. Si la única garantía que tienes es tu convencimiento y tu esfuerzo, pondremos en ello el foco.
Nos vemos pronto.